El lagar de la Viñuela: (Novela andaluza) (1897)
Autor: Reyes, Arturo
Editor: Madrid: Editorial España
Idioma: Español
Número de llamada: 39999065611780
patrocinador de digitalización: Biblioteca Pública de Boston
colaborador del libro: Boston Public Library
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CAPÍTULO II
UNA MALA NOTICIA Y UNA BUENA
ADQUISICIÓN
Quedaron instalados en Zapateros el
de Casariche con su hijo, el cual, merced
á la compasión de la señá Tomasa, no
pudo echar mucho de menos á su difunta
madre.
Tan á pecho tomó el cuidado del huér-
fano la bendita de la cortijera, que
muchas veces el señor Juan, al ver sus ex-
tremos para con él, hubo de decirle, mi-
rándola con ternura:
-¡Vaya si te ha venío á ti de perlas el
Chaval! Cualquiera juraría, mirándote, que
Agustinico te había dejao á media miel.
18 Arturo Reyes.
La cortijera sonreía bondadosamente,
encogíase de hombros y murmuraba:
— Las obras de cariá se jacen bien ó
no se jacen; se le da gusto á Dios ó ar
diablo.
Lo cierto es que el chavalillo creció á
paso de carga, y que á los catorce años,
á juzgar por su porte, era capaz de reali-
zar las doce hazañas de Hércules el Te-
bano, ó las doce burradas de Antoñico el
Manganote.
Tan de firme apretaba el zagalón, que
un día el Cantueso, al ajustar unas cuen-
tas, dijo al de Casariche:
— Miá, primo, á tu
mozo hay que darle
cualisquier cosa, poique el zagal aprieta
más que un dolor; y es caso de consen-
cia darle á cá cual lo que suda.
— Hombre, tú no sabes el alegrón que
me has metió entre pecho y espalda; con-
que es decir que ya el chavalillo puée
ganarse la vía, ¿verdá?
— Como dos y dos son cuatro.
— Güeno, lo que ices me entona; pero
eso de pagarle no puée ser; él y yo te
El lagar de la Viñuela. 19
debemos jasta el aire
que respiramos.
— Ni él, ni tú, ni naide, me debe á mí
ná; aquí cá plantón da pá su cava.
— Güeno, eso serán los plantones; y la
retama seca, ¿qué da?
— Sombrajo y alegrías, y que jacer á la
yunta.
Á la mañana siguiente vistióse de gala
el de Casariche y montó en el jaco.
— Voy á ver cómo anda er mundo —
dijo al señor Juan, el cual se quedó mi-
rándolo sorprendido.
— Y ¿qué es lo que á ti se te ha perdió
por er mundo?
— Unos carzones — repuso el viejo; — y
dando de taconazos á la cabalgadura, sa-
lió de estampía cantando con voz cas-
cada:
En este picaro mundo,
si no á la corta, á la larga,
al que se muere lo entierran
y el que la jace la paga.
— Malinos pensamientos me paece á
mí que lleva ése entre ceja y ceja, y mi-
20 Arturo Reyes.
lagrito será que no mos dé la esazón;
pero, ¡quién le ice ná! Si por casolidá no
los lleva, voy á soliviantarlo.
Aquella noche regresó el de Casariche
más mal encarado que nunca.
— ¿Qué ha pasao? — le preguntó el se-
ñor Juan con inquietud.
— Ná, estaría e Dios; cuando vino la
nube ya estaba jecho yesca el trigo; Or-
tega, er de Casaya, ya no puée chocar el
jierro conmigo ni con naide.
— Ya me comí yo la partía. ;Y qué la
pasao á Ortega, se ha muerto?
— Se le ha muerto la mita de la pre-
sona, y no arciona más que con la otra
mitá, y yo no peleo más que con hom-
bres cabales; además, er Gobierno sa
quedao con er cortijo der Fraile , y tuvo
que malbaratar er de los Jinojoz y ya no
tié más amparo que lo que su primo To-
valin le da cuando le jace pompas er
corazón. ¡Justicia er cielo, Juan, justicia
er cielo!
(…)
CAPÍTULO VIII
IR POR LANA Y VOLVER TRASQUILADO
Al abandonar Enrique Miranda la ven-
ta famosísima de las Palomas, puso al
trote su fogoso Tordillo con dirección al
cortijo de la Viñuela.
Su diálogo con el tío Juanillón no ha-
bía sido muy de su agrado; ¡naturalmen-
te! Lo mismo que había convencido el
descendiente del de Casariche á Toval
el Churumbero de la fortaleza de sus
músculos, podía intentar convencerlo á
él, y no debía ser, sin duda, cosa agrada-
ble someterse á tan poco útil enseñanza;
era preciso dormir con un ojo en vela, y
94 Arturo Reyes.
si á pesar de sus precauciones se juraba
la Constitución, ¡qué se le iba á hacer!,
paciencia y barajar; no hay negocio sin
quiebras ni flores sin espinas, y no todos
tienen la resignación del gran orador de
Grecia ante las exigencias de la cortesa-
na de Corinto.
(…)
El lagar de la Viñuela. 145
— ¿Aónde va su mercé? — preguntóle
Bernardo.
— ¿De aónde vienes tú?
— De regar el huerto.
El tío Salustiano miró á su hijo con
insistente y amenazadora fijeza, y des-
pués díjole con acento un tanto acre:
— Acompáñame más allailla: tenemos
que jablar de una cosa mu fea que se ma
venío al magín.
Bernardo mudó de color, inclinó la
cabeza y siguió al de Casariche.
Cuando hubieron llegado al sitio ele-
gido, sentóse el viejo sobre una de las
piedras, soltó los espartos y la soga en
que trabajaba, y
— Ponte elante e mí, que yo te vea
bien los ojos y jasta el fondo der pecho
— dijo al zagal, que avanzó bruscamente,
haciendo lo que su padre le ordenara.
— Óyeme bien — siguió diciendo éste al
par que le miraba con imponente severi-
dad; — óyeme bien lo que te voy á icir.
— Diga su mercé lo que quiera; ya le
escucho.
(…)
Bernardo estaba profundamente con-
movido, inclinada respetuosamente la
cabeza ante el viejo, con las manos cru-
zadas, como un delincuente humilde ante
un juez venerable.
148 Arturo Reyes,
Cuando el de Casariche hubo pronun-
ciado las últimas palabras, levantó la ca-
beza el zagal; todos los músculos de su
rostro estaban en dolorosa tensión.
— ¿Si su mercé me premite? …
— Di lo que quieras.
— Pos bien: yo quisiera irme; yo bus-
caré y encontraré trabajo en otros lu-
gares.
— Y yo, ¿qué jago entonces tan y
Mientras?
— Su mercé es pá mí un ala der cora-
zón; bocáo que yo tome será el que á su
mercé le sobre.
— ¿Y el tío Juan? No, no puée ser eso
asina; el tío Juan sin ti, sin el arrimo de
tu poer y tu güeña volunta, se viene
abajo; lo que sa menester es ser pruénte,
y ser leal, y ser hombre de bien.
— Lo que su mercé mande se jará — ex-
clamó Bernardo, que volvió á inclinar la
cabeza, y se alejó lentamente, mientras
el de Casariche, mirándolo alejarse, decía:
— Probetico mío, ¡qué güeno es! ¡Pi-
caras mujeres, y cuántas penitas mos
El lagar de la Viñuela. 149
aportan! …¡Por vía e la Verónica ….,
pos no tengo cuasi el corazón encogió!
Y el pobre viejo, al decir esto, se res-
tregaba violentamente los ojos con las
flacas y temblorosas manos.
(…)
Dio comienzo el tiroteo, haciendo re-
sentirse gravemente á todos los árboles
de las cercanías; pasado algún tiempo,
durante el cual los primerizos pusieron el
plomo en el Torcal de Antequera, deci-
diéronse, por fin, los tiradores de cartel á
hacer algunas de las suyas , y pronto el
cojo Estébanez y el hijo del de Casariche
contristaron el espíritu del tío Antón,
que hubo de colocar en el madero la ter-
cera futura víctima.
Disparó á su vez Miranda sin conse-
156 Arturo Reyes.
guir acertar; lo tenía nervioso la presen-
cia de Bernardo ; éste le miraba con aire
provocativo , con ganas sin duda de par-
tirle un alón, como hubo de prometerle
á Dolores, y al ver rebotar la bala dispa-
rada por Enrique un metro más allá del
blanco, dijo con tono de zumba:
— Va á ser menester avisar á los der
pueblo, no vaya á ocurrir una esabori-
sión.
— Yo lo que hago es que le corto á us-
ted un estornudo de un balazo — repuso
Enrique, mirándole con expresión som-
bría.
— ¡Josús, María y José! — exclamó el
zagal estornudando ruidosamente.
Miranda, pálido y amenazador, diri-
gióse hacia el que le provocaba.
Bernardo, al verle avanzar, sonrió con
expresión brutal de triunfo y le dijo con
acento vibrante:
— Como se arrime osté más er canto
un pelo tan siquiera, der primer tortazo
va osté á darle del tó la güelta ar mundo.
Todos los asistentes , comprendiendo
El lagar de la Viñuela. 157
que de no mediar ellos iba el apuesto
señorito á tener que llevar á cabo aquel
larguísimo viaje, rodearen á Miranda y
al de Casariche.
— ¡Miá tú que con el terral que corre
meterse en esas honduras!
— ¿En qué parte de la presona te ha
picáo á ti hoy la tarántula?
— ¡Qué Dios! eso sería quitarle un
porte al ferro-carrí, y no estaría bien, y
te darían las quejas.
Cada cual fué diciendo una chirigota
mientras los contrincantes, separado uno
de otro, se miraban lívidos y rencorosos.
(…)
Partió e los Verdiales,
er de las mejores viñas
y más ricos olivares,
aqui quiero yo una niña
con los labios de corales.
— ¿No oyes, zagal? Canta tú — dijo á
Bernardo el tío Antón.
— Ese mozo no canta más que elante
e la Virgen de los Dolores — exclamó Ro-
sita con tono desdeñoso y mirando al de
Casariche con despecho.
El lagar de la Viñuela. 159
— ¿Poiqué dice osté eso, jembra güeña?
— Cosas aprendías; me lo contaron en
sueño, y yo lo ripito; yo soy asina: no
puéo callar ná de lo que me icen man-
que sea soñando.
— Y (iqué es lo que osté ha ensoñáo y
no puée callarse?
(…)
Enrique fué conducido á casa del di-
rector de la fiesta; parecía un escapado
de la rota de la Axarquía, con el camisón
y el marsellés desgarrados; la corbata ha-
bíasele quedado en el palenque, y en su
cara se veían las cárdenas señales que en
ella grabaran los tremendos puños del
hijo del de Casariche.
El de Almogía bufaba como un tigre
162 Arturo Reyes.
azotado por un domador; sus ojos cen-
telleantes paseaban de uno en otro en
son de reto; sus dientes estaban apreta-
dos y sus manos crispadas.
(…)
El lagar de la Viñuela. 163
— Poique don Enrique se fué de la len-
gua sin razón; sí, señor, eso sí, sin razón,
poique Dolores es mu regüena, y si una
vez tiró por el sembrao, ya no ha güerto
á salir del camino rial.
— ¡Ya, ya! De ese relente me ha llegáo
á mí tamién er soplo. ¿Y Miranda se lo
dijo ar de Casariche en su mesma cara?
— Ca, hombre, ca; entonces tendría á
estas horas ese mocito una quijá sí y la
otra tamién en Mairena; lo que pasó fué
que, estando paseando conmigo y ha-
blando de un pique que habían tenío esta
tarde en er tiro, sortó dos ó tres expre-
siones sin fundamento con referencia á
la zagala.
(…)
Para el de Casariche no pasó inadver-
tida la preocupación de la cortijera, y,
cuando después de comer quedó á solas
con ella, le preguntó:
— ¿Qué pasa, que está osté con cara e
jieles?
El lagar de la Viñuela. 203
— Ná, que estoy pensando en la güerta
de Agustín , y er gozo me tié el cuerpo
dolorío.
(…)
Y si alguien hubiera podido leer en su
pensamiento, la señá Tomasa, pongamos
por caso, habría salido seguramente con
las manos en la cabeza al oir el monó-
logo que, como el de Casariche y como
el hijo de éste, mantenía también la her-
mosísima hija de Antonio el Arrabaleño.
— Pos no paéce — decía — que mos ha
picáo á tóos la tarántula, y que ha caío
la hela en esta casa dende er día en que
ese don Enrique — que debía estar ja-
El lagar de la Viñuela. 209
ciendo penitencia pá que Dios le per-
done lo guasón y lo mal intencionáo
que es — puso los ojos en mí; y tó ¿poi-
qué? Poique ese mala lengua, y la otra
más peor de Rosita …me la tién que pa-
gar. ¡Cudiao con decir! …Y tó ¿poiqué?
(…)
— Ésta va á ser la que va á quitar la
presa ar molino, y er que más y er que
menos va á tener que salir nadando —
pensó sombríamente el de Casariche.
Agustín luchó por hacerse superior á
sus preocupaciones; estaba convencidí-
El lagar de la Viñuela. 271
simo del desamor de Dolores; tenía que
recuperar el terreno perdido, que luchar
contra el peor de los adversarios, contra
la indiferencia .
(…)
— Vamos á escansar, que mañana hay
que alevantarse trempano pa dir á la
iglesia — exclamó la señá Tomasa.
Agustín se dirigió rápidamente hacia
su cuarto, mientras el señor Juan decíale
al de Casariche, al par que se rascaba la
cabeza:
— Compañero y qué cosas; pos no
310 Arturo Reyes.
paece que tos estamos bebiendo vinagre
en ayunas y comiendo arcasiles.
(…)
El lagar de la Viñuela. 317
— Anda y llama á Agustín; yo hubiera
dormío en cuclillas; ¡vaya un sueño! Ni
er de los sietes durmientes — dijo el señor
Juan á Bernardo.
— Aquí no está — dijo éste á poco, sa-
liendo de la habitación de Agustín.
— ¡Aónde habrá dio tan trempano! —
exclamó sorprendida la señá Tomasa.
— Estará más allaílla; vé tú y búscalo
— dijo á su hijo el de Casariche.
Inclinó el zagal la cabeza y salió de
la casa.
(…)
CASARICHE
UN PASEO POR NUESTRA HISTORIA
©Francisco Estepa López
Es propiedad del autor. Todos los derechos reservados.
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